Cuéntamelo otra vez viejo monstruo, dime como acaba el mundo, has que tus palabras me muestren los pedazos que quedaron de un planeta lleno de estatuas de sal. Humedece mis mejillas y mis labios con las lágrimas negras de la destrucción. Háblame de aquella vez en la que Dios sonrió con una amarga sonrisa encogido de hombros con los ojos inundados de emoción, de cuando rodeó su cuello con las manos temblando de rabia, de tristeza, tal vez de dolor.
Me quede sentado sonrojado en una esquina de la habitación; la oí decir te amo antes de que se ahogara su voz. Tan triste, sarcástica y vacía mostraba una cara de decepción, pero ese dolor que quería quitarle a ella, llenó de remordimiento mi corazón.
Con cada parpadeo que daba anhelaba que aquello no fuera un sueño puesto que gracias a ese momento soy un hombre diferente, la desgracia despertó en mi un nuevo don, de alguna forma ella es la madre de la maldición que me despedaza por dentro… cuando pienso en ella siento como como me quema la luz del sol, la gracia de su fuego da esperanza a mi rencor.
Cada vez que ella decía mi nombre todo tenía sentido, el día, la noche… creo que al final esa fue la razón; porque me amaba más que a nadie en este mundo despertó los celos de un dios; un Dios que un día se enamoró de ella y me arranco el alma esa tarde en el cuarto que usábamos como escondite; el laberinto de nuestra pasión.
Te amo fue su último suspiro, un breve hasta luego pero jamás un adiós.
Todavía busco la forma de morir, pero la muerte fue sobornada para eludirme y mantenerme en esta agonía, ya que de morir arrasaría el cielo entero reclamando lo que Dios me robó… pero nunca será suya, pues mío es su corazón.
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Edgar Fabian Gil Amado
The sight behind the dark
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